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29 August 2009

Atrapada.

Caminaba incesante por aquel camino pedregoso cuyo destino desconocía. El aroma que desprendía aquel paraíso era embriagador y me hacia olvidar todos los problemas y preocupaciones que en ese momento rondaban mi cabeza. Las copiosas copas de los árboles se movían monótonamente mientras yo, quieta ante ese gigantesco lugar, me sentía pequeña, demasiado pequeña. Decidí sentarme en un pequeño socabón que había al lado del molino de madera. Muchas veces había ido a jugar allí, con Nico, pero ahora todo era diferente. Él ya no estaba. Se había ido.

Lo observé pacientemente. Las aspas se movían al compás del canto de los pájaros y el viento acariciaba mi pelo dulcemente. Todo era perfecto. Divisé la torre del molino, tan agrietada y vieja como la recordaba. Me acerqué y acaricié las paredes, deslizando mis dedos levemente. Empujé la puerta y un sonido chirriante retumbó en mis oídos. Me adentré en la habitación. El olor a moho y húmedad era insoportable. Apenas entraba luz por la pequeña ventana que entreabría un círculo de luz que iluminaba un rincón de la habitación.

Giré y allí estaba. La puerta. Misteriosa y oscura se dejaba ver y solo pude recordar todo aquello. Recuerdos, fatales recuerdos, inundaron mi mente. Cerré los ojos y agité mi cabeza pensando, tontamente, que podría olvidar todo eso. Pero no fue así. Solo me pude sentir, de nuevo, atrapada.

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